Vamos camino de las 6 semanas de confinamiento por la crisis del Covid-19 y los días ya van pesando. Las salidas al campo son una mezcla de recuerdo pasado y anhelo del futuro. Mientras tanto sigo sacando a la luz esos recuerdos que estaban en el cajón esperando algún momento para salir y llevarme a ese lugar y a ese momento en que disfruté de ellos. Y el momento que vamos a ver hoy bien podía pasar mañana si esta pesadilla solo fuese eso y a primera hora pasase a recoger a Juanra para ir a alguno de los sitios que ahora mismo estará en pleno apogeo primaveral.
El recuerdo de hoy es de una especie muy peculiar. No es la más bonita (aunque para gustos los colores) ni la más conocida pero la evolución le ha llevado a realizar una reproducción algo especial. Al igual que su primo menor, el Cuco, el Críalo (Clamator glandarius) no se encarga de la crianza de sus pollos sino que "delega" en otra especies para ello. Cuando regresan a la Península de su viaje migratorio a zonas tropicales de África, son de los más tempraneros en regresar, buscan algún nido de las especies sobre las que parasitan (tienen preferencia por córvidos como la urraca) donde poner un huevo que, tras ser incubado y eclosionar acaba con los pollos del hospedador para quedarse solo y ser criado, en exclusiva, por unos padrastros que no se dan cuenta del cambiazo que les han dado una pareja que, conseguido el objetivo, buscarán otro nido que parasitar (pueden hacerlo sobra varias parejas). Al igual que en el prenupcial, la migración postnupcial también es tempranera y ya en julio emprenden el viaje.
Todo lo que os he contado sobre la reproducción del Críalo era lo que estaba buscando esta pareja que pudimos ver en el entorno de la localidad de San Esteban de los Patos justo hace un año en estas fechas. Mientras escribo esto y veo las fotos me he trasladado un rato a ese lugar y la cuarentena (ahora ya literal) se ha hecho un pelín más llevadera.
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