Las aves son seres espectaculares y día a día me doy cuenta de ello. Son impresionantes cuando recorren miles de kilómetros cada año para buscar zonas de alimentación cuando los fríos llegan a sus zonas de cría o cuando los hacen de vuelta. Son increíbles cuando vuelan a gran velocidad entre los árboles o los cortados donde viven. Son excepcionales cuando aguantan estoicamente condiciones climatológicas extremas. Son maravillosas cuando se zambullen varios metros bajo en río o el mar después de lanzarse desde una altura mucho mayor a su tamaño. Son sensacionales cuando podemos ver aves del tamaño de los avestruces (hasta 180 Kg) y del tamaño del colibrí (5 g).
El protagonista de hoy es un ave de una de las familias más llamativas de las que vemos en nuestro territorio. Y lo es por su peculiar manera de construir los nidos donde año a año sacan adelante una nueva generación de pícidos. En este caso hablamos del más pequeño de los pájaros carpinteros de nuestra avifauna : el Pico menor (Dendrocopos minor). Este pequeñín entre los suyos, tiene el tamaño de un gorrión, es un habitante de los bosques caducifolios de la Península, desde robledales a bosques de ribera. No hace mucho su presencia parecía restringida a tres núcleos (País Vasco y zonas limítrofes, Cataluña y entorno del Sistema Central) aunque en la actualidad se ha observado que está distribuido por otras zonas ibéricas en lo que parece una clara expansión de la especie.
El pico menor se caracteriza, además de por su tamaño, por su plumaje blanco en el vientre y pecho, y de un característico blanquinegro (con bandas en las zonas dorsales) coronado en los machos por el píleo de color rojo mientras que en la hembra éste es de de un blanco manchado. En mi últimas salidas por el río Adaja, en el entorno de la capital, siempre me he topado con este picapinos en miniatura que, ajeno a mi presencia, anda de ronco en tronco picando en su corteza antes de cambiar de rama o de árbol.
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